Lunes y 27 de noviembre de 2017. No me gusta nada viajar. Lo paso muy mal. Pero esta vez no podía decir que no. El decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Eduardo Flandes, había tenido la deferencia de invitarme a presidir el tribunal que tenía que juzgar una tesis doctoral.
Me llamaba mi Universidad; sí la mía, porque si bien tengo plaza de catedrático en la Universidad de Alcalá, la de Navarra es también mía porque en ella me doctoré en 1982 y este viaje me brindaba la oportunidad de recordar, como entendía esta palabra Ortega y Gasset: «recordar –de cor, cordis, corazón–, volver a pasar por el corazón lo que una vez ya estuvo en él…».
Y volví a querer a las personas que tanto quise durante los cinco años en los que fui profesor de la Universidad de Navarra, a Don Federico Suárez y a Don Gonzalo Redondo que ya se fueron al Cielo y de los que tanto aprendí, a Cristina Diz Lois, quien, con su trabajo silencioso y su ejemplo me enseñó a ser universitario, y a tantos colegas y tantísimos alumnos que no se van nunca de mi corazón, que en este caso es lo mismo que de mi memoria.
A todos ellos los iba «recordando» tan en silencio que me llamó a la atención la persona que me recogió en la estación. Era la profesora Carmen José Alejos, la directora de la tesis, una universitaria como la copa de un pino, lista y valiente como ella sola, pues sólo los más valientes se atreven a asumir la responsabilidad de investigar lo que, por su dificultad, la mayoría no se atreve a explorar. Pero todavía durante la celebración de la defensa de la tesis, la profesora Carmen José Alejos demostró que no es incompatible ser una brillante profesora universitaria con la humildad y la bondad: habló lo justo para no adjudicarse ningún mérito y en su breve exposición asumió la responsabilidad de una indicación que había hecho al doctorando uno de los miembros del tribunal. Nada para ella, y todo para su discípulo José Luis Saavedra, que presentaba para obtener el grado de doctor más de cuatrocientas páginas tituladas María de Garabandal, estado de las apariciones ocurridas en Sebastián de Garabandal entre 1961 y 1965.
La Facultad de Teología de la Universidad de la Universidad de Navarra, actuó con pleno rigor académico y había nombrado un tribunal equilibrado y competente para esa tesis tan importante, y que tanto comprometía a la institución académica al presentarla en ese acto para su aprobación. En el tribunal había dos historiadores de la Iglesia, la profesora Carmen José Alejos y el profesor Santiago Casas, el mariólogo Román Sol y el profesor de Teología espiritual Pablo Martí. En consecuencia, todos los aspectos que presentaba la tesis doctoral podían ser sometidos al juicio académico por los especialistas del tribunal, porque de lo que allí se trataba no era decidir si la Virgen se había o no se había aparecido en Garabandal, sino de juzgar un trabajo universitario que contaba lo que allí pasó, hace ya más de cincuenta años.
Y a diferencia de lo que suele ocurrir en las defensas de las tesis doctorales, cuya celebración es obligado hacerlas en sesión pública, esta vez había mucho público. La sala estaba llena, unas cincuenta personas. No solo habían acudido los amigos del doctorando, sino que al saber en Pamplona que se iba a defender una tesis sobre las apariciones de Garabandal habían bajado a la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra varias personas, entre ellos unos cuantos sacerdotes de la diócesis de Navarra.
Por parte de los teólogos y de los historiadores de la Iglesia del tribunal no hubo ningún reproche. Todo lo que allí se exponía era ortodoxo y en nada se desviaba de la doctrina de la Iglesia. En consecuencia, su intervención fue tan positiva para el trabajo del doctorando, que decidieron por unanimidad que había que concederle la máxima calificación, y me correspondió, como presidente del tribunal, comunicar públicamente esta decisión al doctorando y al público presente, que en señal de respeto escuchó el veredicto puesto en pie.
En mi papel de historiador me tocaba comentar la narración de lo sucedido en aquel pueblecito de Santander. Y por responsabilidad intelectual no pude menos que hacer referencia a tres momentos de la tesis doctoral, que me hicieron frotarme los ojos cuando leí aquellos párrafos. Me comprometí, en público, durante mi intervención a dárselo a conocer personalmente al actual obispo de Santander, porque son de una importancia decisiva para su diócesis y en definitiva para toda España. Y como aquella tesis para mí era algo más que un tema histórico por tratarse de la Virgen, al final de mis palabras me permití la única licencia al margen de lo académico, pues terminé mi intervención con estas palabras: «doy las gracias a la Universidad de Navarra por haberme invitado a juzgar un trabajo en el que la Virgen se da el título de Madre de Dios y Madre Nuestra, y a la que yo considero Muy Madre Mía».
¿Y con todo esto qué quiero decir? Pues algo muy sencillo: puede que la Jerarquía eclesiástica no haya aprobado las apariciones marianas en la localidad cántabra de San Sebastián de Garabandal, en 1961 pero sí lo ha comenzado a hacer la comunidad académica. Lo cual da que pensar. El inicio del proceso… en Pamplona.
Sólo Dios sabe la influencia real que han tenido y tendrán las apariciones marianas en Cantabria, entre 1961 y 1965. O cuando las almas someten un hecho sobrenatural a la aprobación… de su conciencia y al termómetro de su corazón. Dos elementos de certeza en el conocimiento humano.
Javier Paredes
Publicado originalmente en Hispanidad
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