Ayer, 7 de marzo, se celebraba en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en Roma «Angelicum» la fiesta de su patrón, el Doctor Angélico. Por tradición se celebra en este día, el de su muerte en la abadía de Fossanova, no sólo porque así constara en el antiguo calendario litúrgico, sino porque el 28 de enero suele caer dentro del periodo de exámenes.
El programa del día incluía una conferencia del profesor Rocco Buttiglione cuyo título dejaba bastante claro el tema que pretendía abordar: «De singularibus non est scientia: Santo Tomás y una reciente polémica en la teología moral». A muchos nos había resultado chocante que siendo Santo Tomás el traicionado en esa reciente polémica, por haber sido utilizado su nombre para defender tesis diametralmente opuestas a su propia teología, Buttiglione, uno de los más acérrimos defensores de la lectura heterodoxa (y canonizada) de la Amoris Laetitia, viniera al Angelicum, donde el Aquinate reside «tamquam in domo sua», a echar algo más de sal a la herida.
Normalmente no hubiera acudido al evento, como pequeño gesto de rebeldía y para evitarme un disgusto innecesario. Sin embargo, me pareció que debía aprovechar la ocasión para hacer alguna pregunta interesante al ponente y poder así transmitirla a los amables y pacientes lectores. Creo que acerté, porque Buttiglione dijo un par de cosas de interés que resaltaré enseguida. El orden cronológico exigiría que me detuviera primero en los contenidos de la conferencia, pero por el interés de los lectores presentaré y valoraré primero su respuesta a mi pregunta y sólo al final haré un breve resumen de la ponencia.
La pregunta
En la conferencia, como detallaré al final, no se hace referencia directa a la polémica concreta planteada por el capítulo VIII de Amoris Laetitia, aunque era evidente que estaba en el trasfondo. El prof. Buttiglione volvió a su tesis inicial de que el meollo de la cuestión estaba en el asunto de la distinción entre pecado grave objetivo y pecado mortal subjetivo. Mi intervención consistió en preguntar si él era consciente de que nadie pone en duda esa distinción — que se enseña en el Catecismo —, sino que lo que genera polémica es la afirmación en Amoris Laetitia, 301 de que: «un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender “los valores inherentes a la norma” o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa». Esto supondría, según la interpretación oficial, que alguien que cometiera adulterio (o cualquier otro acto intrínsecamente malo) con pleno conocimiento de la norma, podría decirse que no comete pecado mortal si se considera que no podría no pecar sin cometer otro pecado distinto. En consecuencia, aunque esto no se suele decir, tal persona no tendría que arrepentirse de su pecado y, si se encontrara en situación habitual de pecado, no tendría por qué salir de esa situación o tener la intención de no cometer más el acto desordenado para recibir la Comunión Sacramental.
La respuesta
Transcribo la respuesta dada por el prof. Buttiglione para comentarla a continuación:
«Al inicio éste — la distinción entre pecado objetivo e imputabilidad subjetiva — era el punto. En el primer artículo del profesor Seifert, mi gran amigo a quién he respondido, el punto era éste. Después, en el curso del debate, la atención se ha movido y ha salido esta cuestión de que Amoris Laetitia diría que hay situaciones en las cuales no es posible hacer la cosa justa. Es posible solo elegir entre un pecado y otro pecado. Pero yo creo que la interpretación de ese pasaje es equivocada. Creo que lo que el Papa dice es otra cosa. Cuando te encuentras en una situación de pecado, para salir de una situación de pecado, a veces hace falta un proceso. Pongamos un ejemplo: pensad en una mujer que vive con un hombre que no es su marido. Ha perdido el marido precedente. No es posible reconciliarse. Ha perdido la fe. Reencuentra la fe. ¿Qué le diremos? Primero le diremos: ¿te puedes reconciliar con tu primer marido? No. No es posible. ¿Eres capaz de convencer al hombre con el que vives de abstenerse de relaciones sexuales? Hoy no se puede. ¿Le decimos que lo abandone, dejando la familia, abandonando a los hijos y también abandonando a un hombre que ha confiado en ella? Quizá podemos decirle: Prueba todavía, continúa el diálogo. El hombre que no has convencido al primer intento, más adelante, llegando las circunstancias oportunas, llegarás a convencerlo. Y mientras tanto ayudarla a caminar hacia el pleno cumplimiento de la ley, descontando el hecho de que este pleno cumplimiento ahora no es posible. Y valorando todo paso positivo que hace.
Pongo otro ejemplo. Tomad el caso de uno que es divorciado, va a mujeres, se droga, es un borracho, no trabaja y no atiende a los hijos que ha tenido. Éste comienza a trabajar. Deja de ir a mujeres, quizá porque ha encontrado una mujer con la que construye algo semejante al matrimonio. ¿Es mejor o peor la situación respecto a la anterior? Es mejor. ¿Es justo ante Dios? No. ¿Está en camino hacia la justicia? Quizá.
Ésta es la justa interpretación del pasaje que ha sido recordado.
Me parece que ahora esto está en la discusión bastante consolidado. Porque no he escuchado respuestas a mi libro. He escrito un libro sobre esto en el que explicaba estas cosas. El debate continúa, pero sobre otros temas, no sobre este punto.»
Mi valoración de la respuesta
No tengo intención de repetir ahora las razones por las que defiendo que la argumentación de Buttiglione se aparta de la enseñanza de la Iglesia y la de su amigo, San Juan Pablo II, así como, en consecuencia, de la verdad. Esto ya lo han dicho muchos y muy bien, en esta página web y en otros muchos lugares. Sólo pongo la atención en dos puntos.
El primero es la constatación de que cuando se trata de defender el error se acaban justificando las mayores barbaridades. En el ejemplo presentado por el prof. Buttiglione se habla de una mujer que no es capaz de convencer al hombre con el que cohabita sin estar casada de dejar de tener relaciones sexuales con ella. Es decir, que ella no quiere tener relaciones sexuales y él sí quiere. Y en este contexto se defiende que la mujer se someta al deseo sexual de la otra persona en razón, en este caso, del bien de los hijos. Y yo me pregunto: ¿es que a nadie le parece mal que se diga algo semejante? En el caso del matrimonio se podría hablar de un débito conyugal, que, sin embargo, no llegaría nunca a justificar que la esposa se sometiera contra su voluntad a ser «violada» por su esposo. Pero el caso es que se justifica esta «violación» en el caso de una relación adúltera sólo para no tener que decir, como es en verdad, que lo que debería hacer esa mujer es arrepentirse de su pecado y salir cuanto antes de esa situación. Y si se alega que en realidad esto no es totalmente en contra de su voluntad, sino que la mujer lo consiente por alcanzar otro fin, ¿en qué se diferencia esto de la prostitución? Me sorprende que ninguna teóloga feminista haya dicho nada al respecto todavía. Por otro lado, con la misma argumentación sería muy difícil explicar la actitud de muchos mártires que hubieran salvado fácilmente sus vidas con un sencillo acto de idolatría o apostasía. ¿Es que al ser fieles al Dios verdadero cometieron otros pecados descuidando, por ejemplo, a sus familias?
El segundo punto, que es el que destaco en el título de este artículo, es la afirmación sorprendente que hace el prof. Buttiglione de que su libro en defensa de la interpretación heterodoxa de Amoris Laetitia — y prologado por el Card. Müller —, Risposte (amichevoli) ai critici di Amoris Laetitia, no ha sido contestado por nadie. Es posible que esto sea verdad, aunque lo dudo seriamente. Me da la impresión de que uno de los grandes amigos de Buttiglione — con amigos así, ¿quién quiere enemigos? — que es el prof. Josef Seifert, verdadero confesor de la causa de la moral Católica, debería tener algo que decir al respecto. Sólo en nuestra web hay un gran número de artículos respondiendo a las posiciones de Buttiglione y a otras semejantes, aunque es posible que él no nos conozca.
Me resulta curioso, pero veo que la estrategia en este caso es muy semejante a la que tienen los políticos progres cuando, en los países en los que el aborto ha sido legalizado, alguien pretende sacar el tema a debate. Normalmente se suele cerrar el asunto diciendo que ese debate ya está zanjado, como si el partido se hubiera ganado por incomparecencia del contrario. Aquí se trata de decir que el «nuevo paradigma» en la moral católica ya ha sido aceptado pacíficamente y que toca pasar a otro tema como, por ejemplo, la aplicación del nuevo paradigma a la Humanae Vitae.
A pesar de estar radicalmente en contra del empeño de Rocco Buttiglione de hacer pasar Amoris Laetitia, siempre en su lectura oficial, como algo en continuidad con la enseñanza de la Iglesia y, concretamente, del magisterio de San Juan Pablo II, reconozco que no veo en él la mala intención y el oportunismo que se puede advertir en otros, normalmente eclesiásticos, que han asumido su misma causa. Estoy dispuesto hasta a considerar que sea víctima de la ignorancia invencible que él pretende usar para defender lo indefendible. Por ignorancia me refiero, por supuesto, al hecho de que desconozca que sí hay quien ha respondido a las tesis que desarrolla en su libro. Y para ayudarle a salir de este desconocimiento se me ocurre que podemos comenzar haciéndole llegar esas respuestas directamente. Se trataría, lógicamente, de respuestas directas a los planteamientos realizados en su libro, no de otros temas o intervenciones en el debate. Una manera de hacérselas llegar sería, por ejemplo, a través del email que figura en su página en la Universidad Lateranense, de la que es profesor. Estoy seguro, porque ayer me lo dijo personalmente, de que lo agradecerá.
Apéndice: Resumen de la conferencia
El prof. Buttiglione hizo una exposición bastante sumaria de la relación entre la gnoseología tomista y la capacidad de realizar juicios morales de acciones concretas. El ser humano alcanza un conocimiento universal de las cosas por medio de la abstracción intelectual. El conocimiento de lo particular, para el hombre, está al nivel del conocimiento sensible. Como el conocimiento científico debe ser universal, de lo particular no hay ciencia: de singularibus non est scientia. Mientras que las ideas en Dios son más perfectas que los entes materiales, singulares, dado que la materia que los particulariza es también creación de Dios, en el hombre la idea abstraída de los entes es menos perfecta que los entes reales, porque estos tienen más determinaciones que el concepto que hemos formado por la abstracción. Aplicado esto a la cuestión moral, la ética de la situación dice que toda situación concreta tiene una singularidad que no está contenida en el concepto abstracto, que es sólo una mediación para llegar al caso concreto.
Aunque esto es verdad en parte, nosotros, replica Buttiglione, tenemos la posibilidad de conocer algunas verdades universales negativas, porque sabemos que algunas formas no son posibles. En la ética podemos decir que hay actos que en ningún modo pueden ser ordenados al bien y, por ello, son siempre malos. Éstos, en resumen, son los preceptos negativos del Decálogo.
Pero hay que hacer otra distinción, y es la que existe entre el hecho de que uno realice un acto moralmente malo y el hecho de que esté en pecado mortal, porque la responsabilidad moral requiere plena conciencia y consenso libre. Los principios de la ley moral son inmanentes a la razón práctica, aunque es posible tener una conciencia errónea inculpable. La ley natural es un principio de la razón práctica pero también un habitus, que es el conocimiento de esos principios. En el actuar humano concreto se ponen en juego el conocimiento de la ley moral y todo el aparato de virtudes y emociones. Es necesario considerar, por tanto, el contexto en el que se mueve la persona, la formación que ha recibido, etc.
Cuando decimos que no hay ciencia de las cosas particulares no queremos decir que no sabemos nada de las cosas particulares. En el encuentro con la persona hay otro tipo de conocimiento, la sapientia cordis, tema agustiniano, pero también tomista. La capacidad de leer lo universal en lo particular. Esto lo vemos en los grandes confesores como el Santo Cura de Ars o San Pío de Pietrelcina. Teniendo presente esto nos sería más fácil comprender el magisterio del Papa Francisco y la continuidad con el de sus predecesores. En la modernidad se ha identificado la razón con la ciencia, pero la razón también es sabiduría. Se debe recuperar un concepto más amplio de razón, que permita comprender la razonabilidad de la fe y el modo difícil como se conjugan en la vida el tema de la ley y el tema de la misericordia.
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