¿Pelagianos, Gnósticos, o…?

En el capítulo segundo de la reciente exhortación apostólica Gaudete et Exultate el papa Francisco señala dos peligros con los que se enfrenta la Iglesia; y termina ese capítulo con un deseo que se manifiesta casi en oración:

«¡Que el Señor libere a la Iglesia de las nuevas formas de gnosticismo y de pelagianismo quela complican y la detienen en su camino hacia la santidad! Estas desviaciones se expresan de diversas formas, según el temperamento y las propis características. Por eso exhorto a cada uno a preguntarse y a discernir frente a Dios de qué manera pueden estar manifestándose en su vida» (n. 62).

De manera muy breve podemos considerar pelagiano a quienes, en su deseo de vivir como cristianos, confían solo en sus fuerzas, el empeño de su voluntad, y no recurren adecuadamente a la gracia de Dios. «en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico» (n. 49) Y gnósticos, «el gnosticismo supone una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos» (n. 36).

Vista la vida cotidiana de tantos bautizados hoy en día, me pregunté si, verdaderamente, el pelagianismo y el gnosticismo eran los verdaderos enemigos de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Tenía mis dudas.

Esas dos actitudes se vienen dando en la Iglesia desde sus orígenes. Nada nuevo bajo el sol. En un primer momento pensé que otras actitudes de los bautizados podrían ser de mayor peligro para la Iglesia, por ejemplo, la indiferencia ante los sacramentos; la banalidad en recibirlos; el desprecio o abandono de la moral y muy especialmente de la moral sexual, el «todo vale» según mi «discernimiento» personal, la poca preocupación por la vida eterna, por la propia salvación; el desconocimiento profundo de la realidad de la Gracia de Dios, etc. etc.,

Después de darle un poco de vueltas a estas cuestiones llegué a considerar que pelagianismo y gnosticismo pueden encontrarse unidos en una mentalidad que por desgracia se está extendiendo en los últimos años entre no pocos cristianos. Una mentalidad que es uno de los frutos de la influencia del modo de plantear las cuestiones de la Fe y de la Moral del primer Lutero y de sus seguidores.

Esta mentalidad –en mi opinión, y por desgracia- ha quedado recogida en cierto modo, y sin ningún amago de crítica, en el documento conjunto entre la Federación Luterana y el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, del título Del Conflicto a la comunión, editado por Sal Terrae en 2013, y que se presentaba como una preparación para las conmemoraciones habidas durante 2017 en el 500 aniversario del cisma luterano. Un documento, por otra parte, muy trabajado, y rezado, con análisis y sugerencias muy acertadas en el plano ecuménico.

En el párrafo 232 de ese documento, se lee:

Las divisiones del siglo XVI se encontraban enraizadas en modos diferentes de entender la verdad de la fe cristiana y eran particularmente polémicas, ya que se percibía que la salvación se encontraba en peligro. En ambas partes, las personas mantenían convicciones teológicas que no podían abandonar. No se puede culpar a nadie por seguir su conciencia cuando esta ha sido formada por la Palabra de Dios y ha llegado a sus juicios luego de seria deliberación con otros.

En las líneas en negrita, Pelagio y Marción, Valentín y los demás gnósticos, se dan la mano; como se la dieron en su momento Lutero, Zwinglio, Calvino, y sus seguidores.

Cada uno siguió su «conciencia» a su modo; que había sido formada en la Palabra de Dios, según su propia interpretación y sin hacer ningún caso a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia, y habían llegado a sus juicios después de deliberarlos con otros, que nada tenían que ver con las legítimas autoridades de la Iglesia en la conservación de la Fe. Cada uno hizo su propio «discernimiento», y ¿quién era la Iglesia para juzgar?», se han podido decir.

Por este camino, la unidad de la Iglesia se resquebrajó. Cada uno «discernió» teniendo en cuenta lo que él «entendió» de Cristo y de sus mandamientos, y lo que en su «conciencia» aparecía como bien y mal, Los protestantes se dividieron en un número indefinido de grupos, confesiones, etc. No quedaba ningún punto de referencia objetivo para entender la Palabra de Dios, y mucho menos, para vivir un objetivo juicio de conciencia.

El Señor le dijo a Pedro delante de los apóstoles: «Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt. 16, 19). Y Pedro juzgó, ató y desató, ya desde los comienzos en el Concilio de Jerusalén.

P. Ernesto Juliá, sacerdote

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