Hace dos décadas, al término de uno de los tantos paneles provida y profamilia que compartimos con el inolvidable padre Juan Claudio Sanahuja, se nos acercó una joven de veinte años, enferma de sida en estado terminal, y que se había practicado dos abortos. Entre llantos, nos dijo: «a mí nunca nadie me habló de la virginidad, la castidad y la pureza, como lo hicieron ustedes esta noche. Si lo hubieran hecho quizás mi vida hubiera sido distinta; y no me estaría muriendo de este modo».
Yo todavía era laico; y lejos estaba, aun, de mi ingreso al Seminario. Juré, de cualquier modo, que desde el periodismo, los libros, la docencia, y los demás apostolados, no dejaría de hablar de la virginidad hasta el matrimonio. Y de la castidad a la que todos somos llamados; de acuerdo, claro está, con nuestro propio estado de vida.
En este 2018 se cumplen 50 años de la profética encíclica Humanae vitae, del beato Papa Pablo Sexto; sobre la trasmisión de la vida humana, y el rechazo de la anticoncepción. Proféticamente advirtió el recordado pontífice que «hoy se busca tener sexo sin hijos; mañana se buscará tener hijos sin sexo». Lo acertado de su visión está más que a la vista en el comienzo de este Tercer Milenio: inseminación artificial, alquileres de vientre (eufemísticamente llamada maternidad subrogada), congelación de embriones, y otras prácticas moralmente inaceptables, están a la orden del día; de modo especial en las capas sociales más pudientes. A este ritmo, vamos camino a que sea casi igual de fácil elegir y comprar un niño, a gusto y medida, como si fuese una lata de sardinas o un vestido de un diseñador… ¡Ni los nazis y los comunistas, en los funestos campos de concentración, habrán imaginado que se llegaría a esto, de la mano de las «democracias» y las «mayorías» artificialmente construidas, y manipuladas!
«Los profetas vivos dan disgustos, y los profetas muertos dan dinero», decía con su irrepetible genialidad nuestro argentinísimo padre Leonardo Castellani… ¡Vaya si supo de disgustos, desprecios, calumnias y toda suerte de infamias, Pablo VI, por haber tenido el coraje de enseñar la perenne enseñanza de la Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio bimilenario de la Iglesia! Ese mismo año estalló el llamado mayo francés, del hippismo, la droga, y el amor libre… ¡Todo tan libre que exterminó generaciones enteras, en el agujero sin fin de las más crueles esclavitudes, y violentas muertes, a plazo fijo!
A eso se llegó con una serie de cuatro y perversas negaciones: primero, Lutero (hijo del nominalismo) dijo: «Dios sí, Cristo si, Iglesia no»; luego, la revolución masónica en Francia, en 1789, dijo: «Dios sí, Cristo no, Iglesia no»; seguidamente, el marxismo, en el siglo XIX dijo: «Dios no, Cristo no, Iglesia no»; y, finalmente, los jóvenes presuntamente liberados de todos y de todo terminaron diciendo: «Dios no, Cristo no, Iglesia, no… el hombre, no». No es casual que la negación que se repite en todos los casos sea «Iglesia no».
El pansexualismo, las perversiones descontroladas, la promiscuidad sin límites, el feminismo de origen marxista, la ideología de género, y por supuesto, el aborto, entre otras aberraciones de estos días, férreamente fogoneadas por el Nuevo desOrden Mundial, y el «narco-porno-liberal-socialismo del siglo XXI», van camino a exterminar poblaciones y grupos sociales bien determinados; a extinguir la familia, y a someter tiránicamente a los que sobrevivan. Estrepitoso derrumbe de un Occidente otrora cristiano; que hoy muestra, impúdicamente, como trofeo su guerra contra Dios y el orden natural.
Generaciones enteras casi ni oyeron hablar de la virginidad y la castidad; en buena medida –y esto duele decirlo- por el silencio de no pocos curas… Y, por supuesto, la abstinencia hasta el matrimonio ni por asomo figura en los planes de «educación sexual», a los que mejor sería llamar de «degradación moral». ¿No es acaso una paradoja que en los tiempos en que se endiosa la libertad de elegir, no se permita elegir una opción gratuita, sin contraindicaciones, y claramente saludable como la castidad?
El horror de ser tildados de cavernícolas, retrógados, fachos, y otras lindezas paraliza, incluso, a quienes fueron avisados por el propio Jesús de que serían «aborrecidos de todos por mi nombre» (Mt 10, 22) ¡Nos espanta el juicio del mundo, pero no tememos el juicio de Dios…!
Desde los totalitarismos viejos y nuevos (estos últimos, versiones degradadas de aquellos) siempre se planteó la revolución en clave de lucha contra los poderosos, explotadores y los dueños del dinero… Hoy, por amor a los más débiles, debemos ser revolucionarios de la castidad. Y, a fuerza de noviazgos puros, matrimonios sanos y fuertes, abiertos generosamente a la vida, y familias compactas y numerosas, enfrentar a los poderosos, explotadores y los dueños del dinero; que ahora buscan mostrarse como sensibles y de mente abierta… Hoy en que la supuesta derecha y la supuesta izquierda coinciden absolutamente en la tiranía antivida y antifamilia, más que nunca los militantes de la Vida debemos estar anclados en el Corazón de Aquel que hace nuevas todas las cosas (Ap 21, 5).
Gracias a Dios, se multiplican entre los más jóvenes los que quieren reconquistar la fe, la familia y las virtudes. Constituyen –y eso lo hemos visto en las multitudinarias marchas por la vida, y contra el aborto, que se realizaron en Argentina- ese pequeño rebaño, del que habla Cristo, a quien el Padre ha decidido dar el Reino (Lc 12, 32).
Bellamente dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en su punto 2339, que «la castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (Si 1, 22)…».
Es hora, entonces, de terminar con la estafa que les ha robado, especialmente a los jóvenes, la verdadera libertad. Que, como bien enseña Cristo, es consecuencia exclusiva de la Verdad (Jn 8, 32).
¿Veremos, alguna vez, en estas periferias australes, estadios completos con jóvenes que juran, públicamente, llegar vírgenes al matrimonio; como ocurre en algunos países, en ámbitos, por lo general, protestantes? Solo Dios puede saberlo… Debemos estar seguros, de cualquier modo, que si nos proponemos, en serio, la revolución de la castidad, habremos arrancado a no pocos jóvenes y no tan jóvenes del rebaño que los conduce al abismo. Para que la muerte no sea su pastor (Sal 49, 14). Y la vida en abundancia (Jn 10, 10) reine en el pudor, el respeto, la dignidad y el coraje de quienes no se contenten con ser meros espectadores de los súper héroes de ficción, sino que se animen a ser los verdaderos héroes, y los nuevos santos.
+ Pater Christian Viña
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