«Ampliación de la consciencia» para «la perfección y dilatación del deseo»

papa . niña

–¿Pero no había terminado usted de escribir sobre la Amoris lætitia?

–Escribo otro artículo porque nos están pidiendo ahora que aclaremos el sentido del nº 149.

Un texto ambiguo sólo puede ser «aclarado» por su propio Autor, ya que si es ambiguo, está abierto a diferentes interpretaciones, y cuando uno trata de «aclarar» sus posibles sentidos –los que son verdad y los que son falsos–, fácilmente puede atribuir al Autor ciertas intenciones buenas, junto a otras malas, que posiblemente sean inexistentes. Lo que sí puede hacer uno es dar con claridad sobre el tema la doctrina católica. Y eso es lo que voy a intentar.

* * *

–El placer sexual es lícito y bueno

Dios Creador une el placer a ciertas acciones buenas y necesarias para la especie humana, de tal modo que esas obras sean estimuladas a su realización.  Es indudable, pues, que tanto la obra buena, como el placer que produce su operación, ambas son moralmente buenas, queridas por Dios. Al terminar el Señor la obra de la Creación con la creación del hombre y de la mujer, es decir, con la creación del matrimonio, «vio Dios todo lo que había hecho y le pareció muy bueno» (Gén 1,31). Ejemplos de la unión entre obra y placer:

–El hombre necesita alimentarse, y el placer de comer estimula el cumplimiento de ese deber. Los pueblos cristianos, precisamente, han tenido tradiciones de buena mesa tanto en comidas como en bebidas; sin excesos, claro, sin atracones, borracheras o gastos excesivos. –El hombre debe asegurar la transmisión de la vida humana, y pone Dios placer en el acto sexual para ayudar a que se transmita. Por eso, como dice el papa Francisco:

«de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien da la familia, sino como un don de Dios que embellece el encuentro de los esposos» (Amoris lætitia 152).  

 

–El pecado original lo pervierte

El problema está –y hay que decirlo– en que el deseo sexual, y en general todo el plano sensual-sentimental del hombre, está muy gravemente trastornado como consecuencia del pecado original y de los miles de pecados actuales-personales que le siguen. Y este trastorno y perversión se da muy acentuadamente en nuestro tiempo, quizá más que nunca.

-Si la razón después del pecado original está tan oscurecida para el conocimiento de la verdad, que es su objeto propio, y lo está: «son inexcusables, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en su razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón y, alardeando de necios, se hicieron necios» (Rm 1,21-22);

-si la voluntad quedó cautiva de sí misma, debilitada para el bien, su objeto propio, y facilitada para el mal, «porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no, pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (ib.7,18-19)… Si así están razón y voluntad, no les cuento cómo

-están la sensualidad, los sentimientos, las pasiones, con una fuerte inclinación hacia el mal… «Los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus propios cuerpos, porque trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas…», y ahí enumera el Apóstol una veintena de pecados, insistiendo en la gravedad de la homosexualidad ejercitada (ib.1,24-32). Estando tan mal en el hombre adámico la razón y la voluntad, aún está más profundamente maleado el plano de su sensualidad y pasiones, sentimientos y deseos… 

«Es ya público que reina entre vosotros la fornicación, y tal que no se da ni entre los gentiles» (1Cor 5,1). Efectivamente. Entre los gentiles no tiene hoy la lujuria la fuerza y omnipresencia que tiene en el Occidente apóstata. Aquí es como las termitas que se han apoderado de un edificio antiguo, desde el sótano hasta el desván. Existe una aceptación general de la masturbación, la anticoncepción, la pornografía, las modas, costumbres y espectáculos más degradantes, divorcios y adulterios, publicidad, televisión, internet, las leyes educativas que «educan» en la lujuria, etc. Es tal el imperio de la lujuria que cierra la humanidad a la fe en Dios, la embrutece y amenaza arruinar el edificio social.

Solamente la castidad, que es una forma de la caridad, sobre-naturalmente infundida por el Espíritu Santo en el hombre viejo, puede curar la lujuria en el hombre nuevo, edificado en Cristo, el nuevo Adán. Pero sorprendentemente la Amoris lætitia en sus 264 páginas, 325 números y 391 notas al pie de página, dedica a la castidad una sola frase, elogiándola como «condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal» (206). Y eso es todo en la Exhortación.

 

La promoción pastoral de la castidad y el pudor

Tanto Israel como la Iglesia han procurado siempre moderar el placer sexual, inculcando en el hombre las virtudes de la castidad y el pudor. La Iglesia, concretamente, sabe que ese placer es sumamente fuerte y adictivo, difícilmente dominable para el hombre adámico-viejo-carnal, que todavía no ha recibido el Espíritu sobre-humano de Cristo, y que también para muchos cristianos constituye, al menos hoy, una de las más fuertes y frecuentes tentaciones, una de las que más exigen el auxilio sobre-natural de la gracia  para vencer las tentaciones y poder alejarse de las ocasiones próximas de pecado. Pero como digo, ya Israel recibió de Dios la revelación de la castidad y del horror de la lujuria:

Tobías y Sara, retirados a su alcoba en la noche de bodas, antes de realizar su unión conyugal física, hacen juntos una maravillosa oración al Señor… Ora Tobías: “Ahora, pues, Señor, no llevado de la pasión sexual (non luxuriæ causa), sino del amor de tu ley, recibo a esta mi hermana por mujer”… (Tob 8,7). Tobías y Sara, en la humildad y verdad de la fe, enseñados por Yahvé, eran conscientes 1) de la santidad del sagrado matrimonio y 2) de la posibilidad de vivirlo pecando de lujuria.

La Iglesia ha inculcado siempre en los fieles las virtudes del pudor y de la castidad, y ha procurado consecuentemente evitar en todos los estados de vida cualquier modo de exceso sexual desordenado, que si es indigno en cualquier hombre, aún lo es más cuando es cristiano: «¿no sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1Cor 6,15).

San Pablo: «Huíd la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que por tanto no os pertenecéis? Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1Cor 6,18-20). «Todo me es lícito, pero no todo conviene. Todo me es lícito, pero yo no me dejaré dominar por nada» (10,23).

«Ésta es la voluntad de Dios: que seáis santos; que os apartéis de la fornicación, que cada uno sepa tener a su mujer con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie pase por encima de su hermano se se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y os aseguramos. Que Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa. Por tanto, quien esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo» (1Tes 4,3-7).

 

–El pecado de la lujuria

Dios ha unido el placer y la obra buena para facilitar ésta, como ya vimos. Por eso la desconexión de acción buena y placer, buscando solo o predominantemente el placer, es intrínseca y gravemente mala, es una perversión indigna del amor humano. Pongo un ejemplo antes de seguir:

Los vomitorios romanos, dispuestos cerca de los comedores para que en grandes banquetes festivos se pudiera comer mucho, vomitar y seguir comiendo, siempre fueron condenados por los Padres. En esa vergonzosa conducta se buscaba de forma insaciable el placer por el placer.

La Iglesia enseña que «la lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión» (Catecismo 2351). Por eso, por ejemplo, siendo la masturbación «la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo», la Iglesia la reprueba como «un acto intrínseca y gravemente desordenado» (ib. 2352). Sólo son capaces de vencer la  lujuria, con la fuerza de la gracia de Cristo, las virtudes de la castidad y del pudor, que pertenecen a la virtud cardinal de la templanza.

Por otra parte, si alguien busca un placer honesto –dar un paseo por lugares gratos, escuchar música, beber un refresco en un día de calor, etc.–, y también es honesto el fin pretendido –descansar, relajar las tensiones después del trabajo, etc.–, obra lícitamente, sin duda, siempre que la persona en esa acción placentera guarde también la moderación debida y no pierda su libertad en la cautividad de la adicción.

 

–¿Vale todo en el matrimonio?

¿También las relaciones conyugales han de ser realizadas con pudor y castidad o en ellas «vale todo»? Ya en este blog, en una serie de artículos dedicados a La castidad (258-264), traté en uno de ellos especialmente de la castidad en el matrimonio (260). No me alargo, pues, aquí. Por supuesto que «no vale todo» en el matrimonio. Y eso, como hemos visto, ya lo sabían los esposos Tobías y Sara en el A.T. Cuánto más los cristianos, habiendo recibido por la fe y la caridad una participación cualitativamente nueva en el pensamiento y en la voluntad de Dios, conscientes de su condición de miembros de Cristo, y sabiendo que su unión conyugal en todo momento, también en la unión sexual, ha de ser una imagen sagrada del amor esponsal que une a Jesucristo con la Iglesia, están felizmente potenciados por la gracia divina sobre-natural para guardarse de incurrir en la lujuria, de dar rienda suelta a las exigencias perversas de sus sentidos, profanando la sacralidad propia del matrimonio cristiano. Bajo la acción del Espíritu Santo, que los ha unido, los esposos procuran apartarse de la fornicación, uniéndose a su cónyuge con santidad y respeto, no dominados por la pasión, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios.

 

–Consultas sobre la Amoris lætitia nº 149

Nos han preguntado algunos si ese texto es conforme a la unánime enseñanza teológica y espiritual de la Iglesia acerca de la castidad de los esposos en su vida conyugal. Pero no sabemos responderles. Como muchos otros lugares de esta Exhortación apostólica, este párrafo es muy ambiguo. Y consiguientemente, al admitir varias interpretaciones diferentes y aún contrarias –ya lo advertí al principio–, no conviene hacer juicios en la interpretación que podrían ser temerarios. Reconozcamos que solamente el Autor de un texto ambiguo podría aclararnos lo que en ese texto quiere comunicar a sus lectores. Leemos en la Amoris lætitia:

149. «Algunas corrientes espirituales insisten en eliminar el deseo para liberarse del dolor. Pero nosotros creemos que Dios ama el gozo del ser humano, que él creó todo “para que lo disfrutemos”(1Tm 6,17). Dejemos brotar la alegría ante su ternura cuando nos propone: “Hijo, trátate bien… No te prives de pasar un día feliz” (Si 14,11.14). Un matrimonio también responde a la voluntad de Dios siguiendo esta invitación bíblica: “Alégrate en el día feliz” (Qo 7,14). La cuestión es tener la libertad para aceptar que el placer encuentre otras formas de expresión en los distintos momentos de la vida, de acuerdo con las necesidades del amor mutuo. En ese sentido, se puede acoger la propuesta de algunos maestros orientales que insisten en ampliar la consciencia, para no quedar presos en una experiencia muy limitada que nos cierre las perspectivas. Esa ampliación de la consciencia no es la negación o destrucción del deseo sino su dilatación y su perfeccionamiento» (Tale ampliamento della coscienza non è la negazione o la distruzione del desiderio, bensì la sua dilatazione e il suo perfezionamento).

La AL (149), cuando va a tratar de la Dimensión erótica del amor (150), habla de «ampliar la consciencia», según parece, en el mismo acto conyugal. Y se indica que para lograrlo se puede acoger la ayuda de «algunos maestros orientales». No sabemos qué se quiere decir con «la ampliación de la conciencia», porque en ese contexto no contamos con la ayuda del Magisterio apostólico precedente. Si esa expresión se entiende a la luz del cristianismo, habrá de entenderse como una mayor conciencia personal –por ejemplo, de ser miembro de Cristo–, que únicamente puede acrecentarse, con la gracia de Dios, por la virtud de la fe y la acción de los dones intelectivos del Espíritu Santo (consejo, ciencia, entendimiento, sabiduría). Pero ciertamente la Exhortación no se refiere a ello, pues «los maestros orientales» no pueden ayudarnos en tal crecimiento espiritual.

Tampoco la Tradición cristiana y el Magisterio apostólico pueden ayudarnos a interpretar rectamente una expresión que les es totalmente ajena: «la dilatación y el perfeccionamiento del deseo»; sobre todo si tal dilatación y perfeccionamiento se refieren al placer sexual, como parece, y se pone en relación con las enseñanzas de «algunos maestros orientales», cuyos nombres o escuelas no se mencionan, ni siquiera a pie de página. Poco o casi nada sé yo de las diversas técnicas filosóficas y psico-somáticas que enseñan «los maestros orientales» sobre las relaciones sexuales. Sólo he oído algo acerca del Kamasutra, sobre las posturas para la unión sexual; también algo sobre el Sexo tántrico, que prolonga la duración de esa unión, y poco más.

Pero sinceramente, no creo que la solicitud de la Amoris lætitia, que tan justamente encarece la necesidad pastoral de «Guiar a los prometidos en el camino de preparación al matrimonio» (205-211), pueda hallar en «algunos maestros orientales» ayudas para que los novios y esposos cristianos se aparten de la fornicación, uniéndose a su cónyuge con santidad y respeto, no dominados por la pasión, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios (non in passione desiderii, sicut et gentes, quæ ignorant Deum).

En fin, las preguntas acerca del sentido de Amoris lætitia 149 quedan, pues, sin responder.

Ya digo que sólo su Autor podría responderlas.

José María Iraburu, sacerdote

Post post.- Ver también de Luis Fdo. Pérez Bustamante: -Que alguien nos explique en qué consiste lo de “ampliar la consciencia” y Un modo de ampliar la consciencia según Mons. Víctor Manuel Fernández.

 

Índice de Reforma o apostasía  

 

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