Mons. Gänswein: «Si un Papa quiere cambiar algo de la doctrina, entonces debe decirlo con claridad»

(Schwabische.de/InfoCatólica) Extractos de la entrevista de Hendrik Groth, editor de Schwäbische Zeitung, a Mons. Gänswein:

¿Cómo está el Papa Benedicto XVI?

Ya no es Papa, se retiró. En abril cumplió 89 años de edad y hace poco celebró su 65 aniversario como sacerdote. Hubo una pequeña ceremonia con Francisco, cardenales y algunas personas invitadas. Su cabeza se mantiene clara, brillante, bien. Las piernas están algo cansadas. Caminar se le hace especialmente más difícil. El andador le da estabilidad y seguridad. La psicología es, de facto, tan importante como la fisiología. Pero, sencillamente, las fuerzas han disminuido. El papa emérito es una persona sujeta también a las leyes naturales.

Usted es también el mediador entre el Papa en ejercicio, Francisco, y Benedicto. Una vez, muy poco después de la elección del nuevo Papa, dijo usted que entre la perspectiva de Benedicto y la de Francisco en teología no había espacio ni para una hoja de papel. ¿Aún seguiría diciendo lo mismo un par de años después?

Esa pregunta también me la he hecho yo a mi mismo; y respondo afirmativamente, después de todo lo que veo, escucho y percibo. En lo que respecta a las líneas maestras de su convicción teológica hay continuidad en todo caso. Por supuesto que también soy consciente de que, por los diferentes tipos de expresiones y formulaciones podrían a veces surgir dudas sobre esto. Ahora bien, si un Papa quiere cambiar algo de la doctrina, entonces debe decirlo con claridad, para que esto sea también vinculante. Importantes concepciones doctrinales no pueden cambiarse por medio de frases a medias o notas a pie de página formuladas con cierta amplitud. El método del magisterio teológico posee sobre esto criterios inequívocos. Una ley que no es en sí clara, no puede obligar. Y lo mismo vale para la teología. Las expresiones magisteriales deben ser claras, para que sean vinculantes. Los enunciados que permiten distintas interpretaciones son una cosa arriesgada.

¿No es también una cuestión de la mentalidad? El Papa viene de Buenos Aires. Los argentinos poseen un humor especial, con un cierto guiño.

Por supuesto que la mentalidad también juega un papel. El papa Francisco está muy marcado por sus experiencias como provincial jesuita y sobre todo como arzobispo de Buenos Aires en un tiempo en el que el país estaba francamente mal en lo económico. Esa metrópolis se convirtió entonces en el lugar de sus aflicciones y sus alegrías. Y ahí, en esa gran ciudad y megadiócesis ya se entendió que él hace y lleva adelante de forma imperturbable aquello de lo que está convencido. Esto vale ahora también en cuanto que obispo de Roma, en cuanto Papa. El que en el discurso a veces, en comparación con sus predecesores, sea algo impreciso, o incluso incorrecto, simplemente hay que aceptarlo. Cada papa tiene su estilo personal. Es su manera, el hablar así, aun a riesgo de dar lugar a malentendidos, y a veces también a interpretaciones extravagantes. En lo sucesivo seguirá hablando sin pelos en la lengua.

¿Hay una brecha entre los cardenales, y entre los cardenales de los distintos continentes, que ven y entienden al Papa de manera distinta?

Previamente al sínodo de los obispos del pasado octubre se hablaba de una especie de ambiente a favor y en contra del papa Francisco. Yo no sé quién ha puesto en circulación ese escenario. Yo me guardaría de hablar de una distribución geográfica de favorables y desfavorables. Es cierto que, en determinadas cuestiones, por ejemplo el episcopado africano ha hablado con mucha claridad. El episcopado, es decir, conferencias episcopales completas, y no únicamente obispos concretos. Este no ha sido el caso en Europa y Asia. Sin embargo, no me parece muy adecuada esa teoría de la brecha. Pero en honor a la verdad hay que añadir que algunos obispos están verdaderamente preocupados de que el edificio doctrinal pueda sufrir daños por falta de un lenguaje cristalinamente claro.

A veces uno tiene la impresión de que católicos conservadore que exigían de sus hermanos y hermanas progresistas fidelidad al Papa durante el pontificado de Benedicto XVI tienen ahora ellos mismos un problema con esto, bajo Francisco. ¿Es así?

La certeza de que el Papa, como roca frente al oleaje, era la última ancla, está, en efecto, diluyéndose. Si esa percepción se corresponde con la realidad y refleja correctamente la imagen del papa Francisco, o más bien se trata de una pintura mediática, es algo que no puedo juzgar. Pero las inseguridades, y a veces también las confusiones y el desorden han aumentado. El papa Benedicto XVI habló poco antes de su renuncia, en relación con el Concilio Vaticano, de un auténtico «Concilio de los Padres» y otro «Concilio de los Medios», más bien virtual. Tal vez quepa decir algo parecido ahora del Papa Francisco. Hay un corte entre la realidad mediática y la realidad de hecho.

Por otra parte, el Papa Francisco consigue entusiasmar a la gente por la Iglesia Católica.

Ciertamente, el papa Francisco consigue atraer la atención pública hacia él, y mantenerla. Y eso mucho más allá de la Iglesia. Quizás incluso más fuera que dentro de la Iglesia Católica. La atención que el mundo no católico le presta al Papa, también en Alemania, es mucho mayor que a sus predecesores. Naturalmente, esto tiene que ver también con su estilo más bien poco convencional, y y con el hecho de que se gana soberanamente a los medios a través de gestos simpáticos inesperados. Para la percepción de la gente, una cobertura informativa positiva juega un papel fundamental.

¿Hay un cambio de época en la Iglesia por medio de Francisco? ¿Hay comienzo hacia una dirección completamente nueva?

Si miran su vida espiritual, si escuchan lo que predica, lo que exige y anuncia, entonces reconocen en él un clásico jesuita de la vieja escuela ignaciana, y eso en el mejor sentido de la palabra. Si este hombre inicia un cambio de época, será en tanto que ofrece mensajes claros sin atender a la corrección política. Esto es liberador, hace bien y es necesario. Esa actitud valiente es incitadora, y la gente la agradece con simpatía, e incluso entusiasmo. Tal vez pueda por lo que a esto se refiere hablarse en efecto de un comienzo, de un cambio de época. Un obispo habló a los pocos meses de la elección del papa Francisco de un «efecto Francisco», y añadió con el pecho henchido, que volvía a ser de nuevo hermoso ser católico. Un buen viento para la Fe y la Iglesia se estaría notando y percibiendo. ¿Es esto verdaderamente así? ¿No debería ser más viva la vida católica, haber más gente en los servicios religiosos, aumentar las vocaciones sacerdotales y religiosas, así como el número de los que regresan a la Iglesia de la que se habían marchado? ¿Qué quiere decir en concreto el efecto Francisco para la vida de la Fe en nuestro país? Visto desde fuera no se percibe ningún comienzo. Mi impresión es que el papa Francisco como persona goza de altos valores de simpatía, más altos que cualquier otro lider mundial. Pero esto no parece tener apenas ninguna influencia para la vida de la Fe, y la propia identidad de la Fe. Los datos estadísticos, contando con que no engañen, respaldan desgraciadamente mi impresión.

Entrevista completa (en alemán)

Traducido para InfoCatólica por Francisco Soler

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