(ACI/InfoCatólica).- 73% de los votos en contra del actual proyecto de despenalización del aborto en Chile, es el resultado de una encuesta virtual que el Senado de Chile realizó en la plataforma «Senador Virtual». 15.764 votantes se registraron en la encuesta que estuvo abierta por 3 meses. Con 11.555 votos, un 73% manifestó estar en contra del proyecto, mientras que un 26% (4.105) dijo estar a favor. Las abstenciones fueron de un 0,6% (99 votos).
Las personas también votaron en particular por cada causal de aborto. El resultado arrojó un 55,7% en contra del aborto por riesgo para la vida de la madre, un 70% en contra del aborto por «inviabilidad fetal», y un 72,3% en contra del aborto por violación.
El parlamento no tiene competencia para implantar como derecho el de terminar con la vida de un ser humano
Ante estos resultados, Mons. Juan Ignacio González, Obispo de San Bernardo, dijo a ACI Prensa que «en ninguno de los tres casos se ve razón alguna para cambiar lo que siempre hemos pensado en el mundo occidental, que la vida humana siempre tiene que ser respetada».
«Es muy difícil comprender cómo parlamentarios que creen en que la vida humana está presente desde la concepción estén prestando su voto a una legislación que va a introducir en Chile la posibilidad real de terminar la vida que ya está iniciada», expresó Mons. González.
Sostuvo que la pregunta de fondo en este debate es «si puede un parlamento arrogarse la facultad, y abrir para algunos ciudadanos un derecho que en realidad va contra la esencia misma de la naturaleza del ser humano al permitir quitarle la vida a alguien».
«Yo personalmente pienso que no está en su competencia, como no lo estaría decir que en ciertos casos muy restringidos vamos a autorizar la tortura de una persona si de eso se saca un bien mayor», como por ejemplo «autorizar que se torture a alguien para sacarle la verdad».
El Obispo, que en junio de 2016 expuso ante la comisión de Salud del Senado la posición de la Iglesia respecto al proyecto, agregó que es «conveniente que los parlamentarios que adhieren al pensamiento occidental cristiano se pregunten qué estamos haciendo, hacia dónde vamos caminando y a qué se está abriendo la puerta con eso».
Disyuntiva de nuestros legisladores, por Mons. J.I. González Errázuriz
La aprobación del aborto en tres causales tiene entrampados a muchos legisladores que adhieren al humanismo cristiano. Se apela a la diferencia entre despenalizar una conducta y legalizarla, distinción muy difícil. Del proyecto de ley y su mensaje es necesario concluir que estamos ante una propuesta que concede vida legal a la acción directamente abortiva sobre un ser ya concebido, quitando toda responsabilidad por esos actos. Se dice en él que la interrupción del embarazo es parte del «trato digno que el Estado de Chile debe otorgar a sus ciudadanas» y la criminalización de este es una «vulneración a sus derechos» y se la considera «como una legítima prestación de salud», añadiendo que la legislación vigente sobre la materia «se traduciría en una vulneración de sus derechos» al no permitir el aborto.
Todo lo anterior no significa la despenalización del aborto, sino que a través de su integración como un derecho de salud se le concede vida legal. Eso es lo que se hace cuando se dice: «mediando la voluntad de la mujer, un médico cirujano se encontrará autorizado para interrumpir un embarazo, en los términos regulados por los artículos siguientes», y se citan los tres casos conocidos. Se trata de una acción directa y específica para terminar con el desarrollo de un embrión humano.
Resulta evidente que en ciertos casos el legislador puede despenalizar una conducta. Ello supone que antes la consideraba punible y luego, por diversos motivos, ya no lo es. Deben existir razones para ello. ¿Cuál puede ser la razón para permitir interrumpir el desarrollo de la vida a un ser ya en camino? Se puede contestar que -por ahora- solo son tres. El peligro para la vida de la madre, la enfermedad del feto que lo haga inviable o que sea la concepción fruto de una violación. Los legisladores están haciendo un juicio ético de valor sobre la vida humana. Estiman que en estos tres casos está en sus manos autorizar a los ciudadanos a poner fin a esa vida y no solo no se les perseguirá, sino que ayudará a esas personas a que puedan decidir, poniendo a su servicio el aparato de salud.
Pero ¿por qué razón el legislador estimaba que antes estas conductas estaban prohibidas? La única respuesta verdadera es que consideraba la vida humana ya concebida como el bien superior a proteger, ante el cual todos los demás ceden. Luego, ¿puede el legislador cambiar su decisión y decir que de ahora en adelante ya no será así en los tres casos? Nada sustancial ha cambiado. La vida es la misma que antes, pero ahora nuestros parlamentarios hacen otro juicio de valor diverso. Estiman que la vida de la madre vale más que la del hijo. En la inviabilidad están permitiendo que la ley ahorre a la madre y la sociedad las dificultades que podría implicar un ser humano que viene en camino, pero enfermo, y en el caso de la violación están diciendo que la honra de la madre y las dificultades que implicará ese hijo están por sobre la vida del ser humano ya concebido.
Más allá de las razones legales a favor o en contra, el problema es ético. Se trata de la competencia que tenemos como sociedad para hacer estos juicios de valor y establecerlos como regla legal de conducta. La ley manda, prohíbe o permite, pero también enseña y guía nuestras conductas. Los legisladores deben dar razón de sus actos. Hay un ámbito de las regulaciones legales que está claramente en lo prudencial y discrecional y su relación con el bien común de un momento societario concreto. Para eso están los parlamentos y las leyes. Pero hay otro que se refiere a los elementos esenciales de la convivencia humana que no caen en su competencia. Aquí está la discusión de fondo de hasta dónde llega la democracia y la legitimidad de sus determinaciones cuando se colisionan los derechos esenciales. Ninguno de nosotros estaría dispuesto a aceptar que en algunos casos, muy determinados, se permitiera torturar a alguien, aunque una ley lo estableciera. Es un viejo tema: Que muera uno y salvamos al pueblo.
Nuestros legisladores están ante una disyuntiva grave: O se arrogan el derecho a establecer cuál vida puede ser vivida y cuál puede ser suprimida, con todo lo que eso implica hacia el futuro, o comprenden que hay ámbitos que por su propia naturaleza están más allá de sus competencias.
Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo
Tribuna El Mercurio, viernes 22 de Julio
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