Hace unos días, en el periódico del Vaticano «L'Osservatore Romano», Rocco Buttiglione ha entrado en el espinoso debate sobre la exhortación post-sinodal del Papa Francisco, «Amoris laetitia».
Buttiglione, anteriormente ministro italiano de cultura y experto en la filosofía del Papa Juan Pablo II, ha intentado defender a Francisco de los críticos conservadores que sostienen que el Papa ha roto con la enseñanza de Juan Pablo II acerca del divorcio y un nuevo matrimonio.
Con un enfoque populista centrado en el «sensus fidei» de los católicos sin el estorbo de teorías teológicas, Buttiglione sostiene que una interpretación simple de «Amoris laetitia» es también la más fiel, la única capaz de entender y apreciar la novedad pastoral propuesta por el Papa.
Pero desgraciadamente la interpretación de Buttiglione acerca de la distinción entre moralidad objetiva e imputabilidad subjetiva, una distinción subrayada y desarrollada en «Amoris laetitia», es engañosa. Si se la tomara en serio, con sus plenas implicaciones pastorales, fomentaría un enfoque pastoral despiadado, y no misericordioso, sobre los pecadores arrepentidos.
Buttiglione afronta la cuestión especialmente controvertida que plantean los pasajes más difíciles de «Amoris laetitia»: si una persona que está divorciada y casada de nuevo civilmente, o es simplemente convivente, puede o no recibir la santa comunión.
Hace hincapié en la distinción entre objetivo y subjetivo para observar que una persona que comete lo que es, objetivamente, un pecado mortal podría no ser, subjetivamente, culpable de ese pecado y, por lo tanto, podría ser dispensada de la plena responsabilidad. Dicha persona podría sentirse atrapada y lamentar lo que la ha llevado a este dilema, sin saber cómo resolverlo.
Todo esto es verdad. Pero Buttiglione va más allá y sostiene que el confesor debe decidir si el penitente puede ser admitido a los sacramentos sin ser guiado por principios predeterminados. Los principios predeterminados llevarían a la casuística y, además, «la variedad de situaciones y circunstancias humanas es demasiado amplia» para que aquellos la cubran. De este modo, el pecado cometido por una persona que sigue teniendo relaciones sexuales con otra persona con la que no está casado puede no representar una culpabilidad grave. Así, Buttiglione implica al confesor, que puede abrir la puerta a los sacramentos sin asegurar el pleno arrepentimiento del penitente.
Pero mientras Buttiglione tiene razón en decir que algunos pecados del pasado pueden no ser subjetivamente imputables, su sugerencia de que el confesor pueda dar al penitente un «pase» gratuito por dichos pecados en el futuro no puede conciliarse con la tradición, que sostiene que los pecadores habituales deben arrepentirse para ser perdonados y que su arrepentimiento debe incluir un firme propósito de enmienda (ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1451 y Concilio de Trento, DS 1676). Jesús le dice a la mujer sorprendida en adulterio: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11). Los buenos confesores saben guiar a sus penitentes hacia un pleno arrepentimiento, ayudándoles a reflexionar sobre lo que pueden hacer para liberarse de una situación difícil o, también, de un dilema aparente. Al ayudar al penitente a adquirir un firme propósito de enmienda, el pastor le hace un favor, instruyéndole así en la plenitud de la verdad de Jesús.
El Papa Francisco tiene fama de promover el acompañamiento pastoral como un proceso misericordioso de encuentro con el Salvador. Confundir la ley de la gradualidad según la cual, como Juan Pablo II enseñó, el pecador es llevado de manera gradual ante la plenitud de la verdad, con una gradualidad de la ley, según la cual algunas ovejas están dispensadas de la prohibición de actos intrínsecamente malos, como Buttiglione parece proponer, significaría socavar el mensaje de salvación y confundir la fuerza de la redención de Jesús (cfr. Juan Pablo II, «Familiaris consortio», n. 34). En lugar de ayudar a los pecadores a encontrar la redención, el laxismo subjetivista los encierra en su sufrimiento personal, pues niega el poder de curación del arrepentimiento verdadero y el remedio edificante de la eucaristía para quienes han respondido a la invitación de Jesús a «no pecar más».
En una importante entrevista de 2013, poco después de su elección, Francisco puso en guardia de los peligros tanto del legalismo como del laxismo en la pastoral hacia los pecadores arrepentidos. Igual que denunciaba el legalismo que ata a las personas con reglas rígidas, condenaba la falsa compasión:
«El confesor… corre siempre el peligro de ser o demasiado rigorista o demasiado laxo. Ninguno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos se hace cargo verdaderamente de la persona. El rigorista se lava las manos porque la remite al mandamiento. El laxo se lava las manos diciendo sencillamente 'esto no es pecado' o cosas similares. En la atención pastoral tenemos que acompañar a las personas, tenemos que sanar sus heridas».
Para sanar las heridas de las ovejas, el pastor debe ayudarlas a afrontar la verdad sobre su propio pecado, en modo tal que puedan abrazar la plenitud de la misericordia redentora. Sólo entonces, con verdadero arrepentimiento y la firme decisión de no pecar más, pueden recibir la absolución y gozar de la asistencia llena de gracia que da la eucaristía.
Buttiglione busca lo que a mí me gusta llamar una «hermenéutica católica», en contraposición a la hermenéutica «progresista» o «revisionista» de la izquierda, o a la hermenéutica »conservadora« de la derecha. La hermenéutica católica está arraigada en una superior epistemología de la fe, en cuanto presupone el Cuerpo vivo de Cristo, siempre el mismo Cuerpo, »ayer, hoy y siempre« (Heb 13, 8). Esta superior epistemología goza del fundamento sólido de la divina revelación, custodiada como un tesoro por la tradición de la Iglesia e iluminada por la fe y la inspiración profética del Espíritu Santo, mientras la Iglesia, con todos sus miembros, se compromete con el mundo en la historia. Recurriendo a la terminología corriente usada en el análisis político (efectivamente insuficiente cuando se trata de cuestiones de teología), la hermenéutica católica evita las insidias tanto de la izquierda como de la derecha. A la izquierda, la hermenéutica progresista lee la enseñanza de la Iglesia como si el magisterio, en lo que atañe a la revelación, tuviera que progresar de acuerdo con los desarrollos históricos de nuestra época. A la derecha, la hermenéutica conservadora prefiere un Papa silencioso porque, desde el punto de vista conservador, tenemos ya suficiente doctrina y será siempre la misma, como si fuera un bosque petrificado más que un cuerpo viviente.
En estos tiempos de controversias eclesiales, el intento de Buttiglione de leer «Amoris laetitia» en continuidad con el magisterio pontificio precedente es encomiable. Pero los detalles de su aplicación pastoral llevan a desviaciones peligrosas e inconciliables, sobre todo respecto a importantes documentos de la enseñanza de Juan Pablo II como la «Familiaris consortio», el Catecismo de la Iglesia Católica y la «Veritatis splendor».
Por tanto, desgraciadamente, Buttiglione acaba socavando la propia premisa de su enfoque para la lectura de «Amoris laetitia».
P. Robert Ghal, Profesor de Ética Fundamental en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz
Publicado originalmente en español en el blog de Sandro Magister
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