Como comenté en un post anterior, el P. P. John J. Strynkowski pretendió rebatir la carta abierta al Papa de Fray Thomas G. Weinandy, ofm cap. Y no se le ocurrió otra cosa mejor que escribir esto:
El Papa en verdad abre la puerta a la posibilidad de que algunos católicos divorciados y civilmente casados puedan ser admitidos en los sacramentos después de un cuidadoso discernimiento.
Lo cual contradice abiertamente la enseñanza de la Iglesia, tal y como la expuso San Juan Pablo II en Familiaris Consortio:
La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»
El caso del P. Strynkowski está lejos de ser el único. Recientemente el cardenal Fernando Sebastián ha escrito para Vida Nueva un artículo titulado “Es muy grave acusar al Papa de enseñar herejías”. Se refiere a la Corrección filial que un grupo de fieles hicieron pública recientemente. Sobre la misma, Bruno Moreno ha escrito hace unos días un post que suscribo íntregamente, incluida la parte sobre la no conveniencia de adherirse a dicha corrección.
No voy a entrar en todos los argumentos expuestos por el cardenal Sebastián. Pero sí en uno. Dice:
El Papa mantiene la doctrina tradicional, reconociendo que la situación de los divorciados vueltos a casar es una situación objetivamente pecaminosa, pero dice que puede haber personas que estén verdaderamente arrepentidas de sus pecados y no puedan desatenderse de la situación pecaminosa en la que viven.
De estas personas, arrepentidas, deseosas de vivir según la voluntad de Dios, pero atrapadas en una situación pecaminosa de la que de momento no pueden prescindir dice que, por falta de voluntariedad, pueden merecer el perdón y acercarse a la comunión.
Suena bien, ¿verdad? ¿No es cierto que parece plenamente misericordioso. Pues no lo es. Como bien decía León Bloy, “la Verdad, tú lo sabes, es uno de los nombres de la misericordia". Y no hay verdad en las palabras del cardenal. Sostener que alguien puede encontrarse en una situación de pecado en la que no puede dejar de pecar va en contra de la Escritura y del concilio de Trento. Enseña el Concilio en su Decreto sobre la justificación:
CAP. XI. De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y posible observarlos. Pero nadie, aunque esté justificado, debe persuadirse que está exento de la observancia de los mandamientos, ni valerse tampoco de aquellas voces temerarias, y prohibidas con anatema por los Padres, es a saber: que la observancia de los preceptos divinos es imposible al hombre justificado. Porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas; pues no son pesados los mandamientos de aquel, cuyo yugo es suave, y su carga ligera.
No solo enseña esa verdad. Condena la mentira que se le opone. Canon XVIII:
Si alguno dijere, que es imposible al hombre aun justificado y constituido en gracia, observar los mandamientos de Dios; sea excomulgado.
Siempre habrá quien diga, equivocadamente, que el concilio de Trento es cosa del pasado y no nos obliga en materia de fe. Pero es que la doctrina de que nadie tiene excusa para pecar porque Dios siempre ayuda a evitar el pecado, aparece en la Escritura:
No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito.
1ª Cor 10,13
Por otra parte, ¿por qué habría de aplicarse esa “imposibilidad” de dejar de pecar solo a los divorciados vueltos a casar? ¿por qué no la aplicamos a los que forman parte de una organización mafiosa? ¿por qué no a los que se ven en situación de tener que apostatar para no perder la vida? ¿qué es más difícil? ¿dejar de vivir en adulterio para no perder esa “segunda” -o tercera, o cuarta- familia o no abandonar una organización criminal para no perder la vida? ¿dejar de vivir en adulterio o ser mártir para no apostatar?
El pecado no tiene excusa. La gracia nos perdona y nos libera de su yugo. Y esa es la verdadera misericordia.
No es cosa buena que, para defender al Papa de la acusación de herejía, el cardenal Sebastián -y otros como él-, incurra en algo condenado por Trento y que contradice lo enseñado por la Biblia.
De hecho, el problema con Amoris Laetitia no es solo que dé a entender que hay divorciados vueltos a casar que, arrepentidos, no pueden abandonar el adulterio, que sigue siendo una “situación objetivamente pecamiosa” (Cardenal Sebastián dixit). No, va más allá. Cito del punto 301 de la exhortación post-sindoal:
Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.
O sea, aun conociendo el mandamiento de Dios, su quebranto para algunos no es pecado. Pues ya me dirán ustedes en qué queda la moral católica.
Todo esto es fruto de desconocer el poder de la gracia.
Santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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