Confusión al cuadrado

El último motu proprio del Papa Francisco, Spiritus Domini, abre los ministerios menores de lector y acólito a las mujeres. Aparentemente, esto puede parecer intrascendente ya que las mujeres han estado sirviendo como lectores y acólitos desde hace años ya. El Señor sabe que casi todo el mundo tiene una abuela que ha estado distribuyendo la Santa Comunión durante años y años. (1)

Sin embargo, hay mucho más que debemos considerar aquí más allá de unas personas que realizan «funciones».(2)

El problema que subyace en este documento es que destroza la clara enseñanza de San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles Laici(1998), donde leemos:

«Después, cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exija, los pastores –según las normas establecidas por el derecho universal– pueden confiar a los fieles laicos algunas tareas que, si bien están conectadas a su propio ministerio de pastores, no exigen, sin embargo, el carácter del Orden. El Código de Derecho Canónico escribe: «Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho» Sin embargo, el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor. En realidad, no es la tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación sacramental. Sólo el sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado una peculiar participación en el oficio de Cristo Cabeza y Pastor y en su sacerdocio eterno. La tarea realizada en calidad de suplente tiene su legitimación –formal e inmediatamente– en el encargo oficial hecho por los pastores, y depende, en su concreto ejercicio, de la dirección de la autoridad eclesiástica.» (n 23)

Juan Pablo continua:

«En la misma Asamblea sinodal no han faltado, sin embargo, junto a los positivos, otros juicios críticos sobre el uso indiscriminado del término «ministerio», la confusión y tal vez la igualación entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, la escasa observancia de ciertas leyes y normas eclesiásticas, la interpretación arbitraria del concepto de «suplencia», la tendencia a la «clericalización» de los fieles laicos y el riesgo de crear de hecho una estructura eclesial de servicio paralela a la fundada en el sacramento del Orden.»(n 23)

Hay que decir que desde el principio que Juan Pablo no se estaba inventando categorías teológicas. En efecto, nadie puede señalar una simple línea en los dieciséis documentos del Vaticano II en donde la palabra «ministro» o «ministerio» sea aplicada a los no ordenados. Entonces, veamos lo que el prudente Papa Juan Pablo está diciendo y cómo cuadra eso con lo que dice Francisco.

Primero:  De hecho, una persona no es un ministro simplemente por realizar una tarea, sino por medio de una ordenación sacramental». Un lenguaje descuidado ha ayudado y fomentado la confusión a lo largo de los años, así que todo el mundo es un ministro de una cosa u otra (por ejemplo,» ministro de música», »ministro de hospitalidad», «ministro de duelo»). Esto es por lo que el Papa Juan Pablo recuerda a todos que en el Sínodo que dio origen a Christifideles Laici, «no han faltado, sin embargo, otros juicios críticos sobre el uso indiscriminado del término «ministerio».

Segundo: ¿Por qué es esto así? Porque induce a la «confusión», dice él, y se corre »el riesgo de crear de hecho una estructura eclesial de servicio paralela a la fundada en el sacramento del Orden.» Diez años después de Christifideles Laici, ocho dicasterios de la Curia Romana llevaron a cabo una acción sin precedentes, promulgando un documento conjunto que trata de estas serias cuestiones:» Instrucción sobre ciertas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles no ordenados en el sagrado ministerio sacerdotal.» En otras palabras, este problema se ha estado agravando durante mucho tiempo. Los prelados responsables de esta instrucción recuerdan a todos la interconexión de estas cuestiones:

«Es necesario reafirmar esta doctrina porque algunas prácticas tendientes a suplir a las carencias numéricas de ministros ordenados en el seno de la comunidad, en algunos casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio común de los fieles que tergiversa la índole y el significado específico, favoreciendo, entre otras cosas, la disminución de los candidatos al sacerdocio y oscureciendo la especificidad del seminario como lugar típico para la formación del ministro ordenado. Se trata de fenómenos íntimamente relacionados, sobre cuya interdependencia se deberá oportunamente reflexionar para llegar a sabias conclusiones operativas.»

El documento actual y el motu proprio que lo acompaña no parecen tomarse en serio las advertencias que hizo el Papa Juan Pablo o los jefes de los dicasterios en 1997, como si esos peligros no persistiesen en nuestros días.

Ciertamente las mujeres han venido desempeñando estas funciones; sin embargo, otra cosa es permitir que alguien desempeñe una función por delegación e institucionalizar el desempeño de esa función en una persona. Por ejemplo, si hay un fuego en mi cocina, es lógico que coja un extintor y lo apague. Sin embargo, ¡eso no me convierte en bombero!.

Como es normal en Francisco, hay curiosidades detrás de este documento.

¿Dónde está el proceso consultivo en todo esto? Pensaba que este era el Papa de la colegialidad y la sinodalidad. No hay la más mínima evidencia de que se haya consultado con nadie. Esto es una reminiscencia del comportamiento de Francisco en la elaboración de Mitis Iudex en 2015, No se consultó a nadie antes de la promulgación del decreto, como resultado de lo cual, numerosas situaciones imprevistas por el Papa y su círculo íntimo, surgieron sólo más tarde, por lo que el documento es relativamente inútil. La Iglesia exige la consulta por una razón.

Incluso el Papa Pío IX, en la preparación de su definición del dogma de la Inmaculada Concepción, buscó la aportación del episcopado de todo el mundo (como hizo el Papa Pío XII con el dogma de la Asunción). Toda la sabiduría no reside en un único hombre, y eso es particularmente cierto cuando hablamos de Francisco, que tiene una formación teológica poco profunda y que de hecho ha expresado su casi desdén por la teología en numerosas ocasiones. (3)

Otra rareza: El Papa escribe una carta al prefecto para la Doctrina de la Fe, informándole de los motivos de esta decisión. ¡Pensaba que se suponía que tenía que ser al revés! ¿Se hizo así porque el prefecto se negó a firmar este documento?.

Más aún, ¿Por qué Francisco aparentemente se sintió obligado a llamar a un profesor de la Universidad Lateranense para que proporcionara una «nota aclaratoria» para el documento? ¿Es debido, una vez más, a que no pudo encontrar a nadie dentro de su propia Curia que apoyase su decisión?.

En varias ocasiones, Francisco se esfuerza por distanciar esta medida de dar esperanzas sobre el acceso de las mujeres al episcopado, presbiterado o diaconado. Por supuesto, dicha medida, de hecho, da pie a la falsa esperanza de que acceder al ministerio formal de lector y acólito es en realidad un paso intermedio para una eventual ordenación. Esto es pastoralmente desconsiderado y dañino para las almas de los que están confundidos. O, ¿es este documento una concesión a aquellos obsesionados con el diaconado femenino, para suavizar el golpe de un juicio final negativo sobre dicho diaconado ?

Lo que es igualmente extraño es que Francisco, probablemente el Papa más anticlerical de la historia, se ha dedicado ahora a la misma clericalización que tan a menudo ha condenado y que fue prevista por Juan Pablo hace casi treinta años.

Si Francisco pensaba que esta acción aplacaría a aquellos que están presionando por la causa de la ordenación de mujeres, está muy equivocado. El único efecto de este documento será un alejamiento mayor de aquellos que él ha apartado durante años.

Notas finales

  1. La práctica casi universal en Estados Unidos de recurrir a ministros «extraordinarios» de la comunión es particularmente escandalosa, violando Immensis Caritatis, el Código de Derecho Canónico, Inaestimable Donum, y Redemptionis Sacramentum. Lo «extraordinario» es, de hecho, «ordinario»; es triste decirlo, pero hay más católicos americanos que reciben la sagrada comunión de manos de un laico que de un sacerdote o un diácono. ¿Por qué los obispos no han frenado este abuso?
  2. Tengo un interés particular (y competencia) en esta área ya que mi tesis para la licenciatura en teología sagrada en la Casa Dominica de Estudios en Washington fue precisamente en los ministerios por debajo del diaconado, desde Trento al Vaticano II.
  3. De hecho, Francisco no es de forma alguna un hombre de colegialidad y sinodalidad. Ni siquiera consulta a su propio Colegio de cardenales. Su inmediato predecesor tenía reuniones con el Colegio antes del consistorio para crear nuevos cardenales, de ese modo pidiendo y recibiendo su consejo. Francisco sólo hizo esto la primera vez, presumiblemente porque o no valoraba el conocimiento de los cardenales o sabe que sus opiniones podrían oponerse a la suya.

P. Peter M. J. Stravinskas

Traducido por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Peña

Publicado originalmente en Catholic World Report

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